Harry Heine nació en 1797 en Dusseldorf, Alemania. Fue hijo de Samson Heine y de Betty von Geldern, quienes educaron a su hijo en escuelas dirigidas por jesuitas y por refugiados franceses. Harry creció en un judaísmo culinario: cenas de Shabat y seders de Pesaj. Aprendió hebreo solo para poder decir las bendiciones en las fiestas. La época de su juventud había sido la más benévola para los judíos alemanes, gracias a la emancipación que Napoleón había llevado a Alemania.
En 1815 viajó a Hamburgo a visitar a su tío Salomón Heine, el banquero más importante de la ciudad. Este lo mandó a estudiar leyes, primero a Bonn y después a Berlín. Ahí empezó a frecuentar la casa de Rahel Varnahagen, lugar de reunión para muchos intelectuales, como Alexander von Humboldt y también del grupo de Leopold Zunz, quienes fundaron la Sociedad para el Estudio Científico del Judaísmo, con la idea de unir la cultura moderna con el judaísmo. En los salones de Rahel, Harry afrontaba por un lado sus anhelos de una Alemania unificada, como cualquier joven alemán y por el otro los efectos de la discriminación por ser judío.
Con la derrota de Napoleón, los derechos que la emancipación les dio se revertieron y los judíos perdieron muchas de las prerrogativas que habían alcanzado. La Sociedad para el Estudio del Judaísmo fracasó, lo que llevó a varios de sus miembros a convertirse al cristianismo, el único camino para tener una carrera profesional en la Prusia de esos años. El efecto que esto tuvo en Heine hizo que dejara de atender el tema judío y se dedicara a la literatura alemana. De 1822 a 1827 produjo una serie de poemas que prácticamente lo puso en la cima de la literatura alemana, culminando con su “Buch der Lieder”, una de las colecciones de versos líricos de los más bellos producidos por un poeta alemán. Su ingenio era en el fondo esencialmente judío, derivado de los círculos intelectuales donde se movía en Berlín. Empezó a escribir una novela romántica “Rabbi von Bacharach”, con el tema de la persecución de los judíos por los cruzados, pero no la concluyó.
Como para ganarse el sustento tenía que pertenecer a la barra de abogados, Harry Heine aceptó que lo bautizaran, “el boleto para entrar a la cultura Europea”. Fue cuando le escribió a su amigo Moses Moser: “Por lo que ves, puedes imaginarte que el bautismo para mí me es indiferente. No lo considero importante ni siquiera como algo simbólico y por eso me dedicaré aún más a lograr la emancipación de los infelices miembros de nuestro pueblo. Con todo, lo considero una desgracia y una mancha en mi honor el que para tener un oficio en Prusia, tuve que dejar que me bautizaran”.
Harry, ahora Christian Johann Heinrich Heine, pronto vio que su sacrificio no le sirvió de mucho. En 1827 escribió “Buch Le Grand”, una apología de las ideas napoleónicas. Esto le cerró aún más las puertas, por lo que emigró a Francia, donde murió en 1856. En su obra “Almansor” escribió: “Esto es solo el preludio: donde queman libros, finalmente acabarán quemando personas.” Heinrich Heine, el gran poeta alemán, fue bautizado pero no convertido y nunca dejó de ser Harry el judío.
Por Marcos Gojman.
Bibliografía: The Jewish Encyclopedia y Emancipation de Michael Goldfarb.