El judaísmo nos da una perspectiva diferente en la forma de criar a los hijos. Al santificar los aspectos más elementales de la vida diaria, nos enseña que hay grandeza no sólo en los logros espectaculares y gloriosos, sino también en nuestras pequeñas acciones y esfuerzos de cada día. Hay tres principios fundamentales en la vida judía: la moderación, la celebración y la santificación. Debemos continuamente estudiar, aprender y enseñar estos principios.
El principio de moderación nos enseña a hacer, al mismo tiempo, dos cosas aparentemente incompatibles: abrazar apasionadamente el mundo material que Dios creó, “y Dios vio que era bueno” (Breishit 1), y ejercitar la auto disciplina. El Judaísmo nos aclara la manera correcta de comprometernos con el mundo: no debemos copiar a los animales, que actúan por instinto, ni a los paganos que adoran a la naturaleza y a lo sensorial, ni a los ángeles que no anhelan nada, ni a los ascetas que evitan los placeres terrenales. Fue a propósito que Dios nos creó con esa doble condición: el deseo intenso por lo material y la libertad de decidir con autodisciplina. Nos corresponde a nosotros el usar estos atributos para bien o para mal.
La moderación nos lleva a la celebración. Estamos obligados a reconocer lo que hemos recibido de Dios de manera moderada pero entusiasta. En otras palabras, estamos obligados a dar las gracias pero también a festejarlo. Hay diferentes maneras para agradecer, la liturgia judía nos ayuda con bendiciones por la comida, por ver un arcoíris, por recibir ropas nuevas, por haber escapado de un peligro, por un día de descanso, por hacer algo por primera vez, etc. Y el acto de celebrar lo podemos cumplir fácilmente a través del ciclo anual de las festividades judías. Celebración y agradecimiento son dos principios fundamentales en el judaísmo y en la manera judía de criar hijos.
Santificación, el tercer principio, es el proceso de reconocer lo sagrado en las acciones y los eventos que suceden del diario. Después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalem, el lugar más sagrado no es la sinagoga sino nuestro hogar. Le llaman “mikdash meat, nuestro pequeño lugar santo. Nuestra mesa con nuestros hijos es como un altar. Puede llegar a ser el lugar más sagrado del planeta. La tradición judía nos enseña a santificar nuestro quehacer diario. Desde la forma en que tratamos a nuestra pareja, a nuestros hijos, a la gente que trabaja en nuestra casa, hasta a nuestras mascotas y animales. Hay reglas para reprender, para alabar, para saludar en las mañanas, para acostarnos en las noches, ya que cada una de esas acciones es sagrada para el judaísmo.
Moderar, celebrar y santificar al estilo judío, es la manera de convertir a nuestros hijos en hombres y mujeres íntegros que aprecian el regalo más sagrado que Dios nos ha dado: los pequeños momentos de la vida.
Preparado por Marcos Gojman.
Bibliografía: The Blessing of a Skinned Knee de Wendy Mogel.