81 Los pros y los contras de la imprenta.

Como todos los europeos en general, los judíos fueron afectados profundamente con la propagación de la imprenta. Especialmente en los siglos XVI y XVII este fenómeno tuvo un efecto democratizador. Con libros impresos más baratos que los manuscritos, más sectores de la población, además de los estudiosos o los ricos, podrían encontrar su camino al conocimiento. A diferencia de que anteriormente los maestros decidían qué y cómo impartir el conocimiento, ahora la gente podía estudiar por su cuenta.

Al final de la época medieval se utilizaban manuscritos como base de las lecciones que los maestros impartían en las yeshivoth. Cada profesor presentaba oralmente el texto del manuscrito junto con sus propias interpretaciones, explicaciones y análisis. Estas explicaciones, llamadas hagahot, eran anotadas por sus alumnos en los márgenes del manuscrito. Cuando ese manuscrito era nuevamente copiado a mano, esos comentarios eran habitualmente incorporados al texto principal. Esto explica porque existen varias versiones de un mismo texto.

Pero con el advenimiento de la imprenta, el texto original del autor o el editado por el editor, quedaba fijado de forma permanente. El texto tenía vida propia, separado de las interpretaciones de los maestros. El maestro empezó a perder un poco de su autoridad que le daba el ser el único intérprete del conocimiento.

Además de ampliar la audiencia de estudiosos y permitir el que los alumnos tuvieran un poco de independencia, el libro impreso introdujo nuevos temas y nueva información. Gracias a la intensa actividad de las casa editoriales de Italia, las yeshivoth de Ashkenaz y de Polonia, en los siglos XVI y XVII, fueron inundadas especialmente de libros escritos por maestros sefaradíes medievales, a los cuales tenían un acceso muy limitado. Maimónides, Najmanides, Saadia Gaon y otros muchos, ahora podían ser estudiados de forma directa y a profundidad. Los mismos maestros tenían que considerar a más autores a la hora de presentar sus clases. Ahora tenían mayor acceso a la filosofía y a la interpretación de la Biblia y de los Midrashim.

Pronto surgieron opiniones contrarias al uso indiscriminado de los libros impresos. El rabino de Poznan, Aaron Land, en abril de 1559, escribió un sermón donde atacaba la apertura a los textos impresos. Increíble, pero los libros que ese grupo de rabinos consideraban un peligro para el Judaísmo, no eran sobre filosofía, sino sobre Halajá, como el nuevo código recién presentado por Joseph Karo, el Shuljan Aruj. Sin embargo, sus argumentos para oponerse tenían cierta lógica. El nuevo canon que la imprenta estaba imponiendo implicaba un texto fijo, que no admitía modificaciones a la hora de la transmisión oral. La imprenta podía poner la ley judía en manos de novatos que leían estos textos y pretendían saber cómo aplicarlos. Era como tener un libro de recetas que cualquiera podía usar. Ellos se oponían a que hubiera un solo rabino o un solo código que resolviera a priori cada situación. Decían que la ley debía interpretarse de manera particular en cada caso, basado en el texto del Talmud y no con fórmulas generales. La imprenta tenía sus pros y sus contras.

Preparado por Marcos Gojman
Bibliografía: Innovative tradition, Jewish Culture in the Polish Lituanian Commonwealth, de Moshe Rosman.

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