Leer a Maimónides no es fácil, especialmente su obra “Guía de los Perplejos”. Cuando uno empieza a leerla, el primer obstáculo con el que uno se topa es su renuencia a aceptar que Dios tiene forma humana. Y eso es ir en contra de lo que muchos piensan. Mucha gente se imagina a Dios como un viejo con barbas o un rey sentado en su trono, también piensan que una profecía es como leerte la palma de la mano y que los mandamientos implican someterse a la voluntad de alguien extraño y ajeno. Si votáramos a favor o en contra de las ideas de Maimónides, la mayoría votaría en contra, pero afortunadamente la verdad no se define por votos.
Ver el comportamiento de un grupo, para tratar de entender cuáles son sus principios, es algo con lo que debemos de tener cuidado. Por ejemplo, la Biblia nos cuenta episodios de revueltas, frustraciones, desobediencia e hipocresía. Tan pronto como fueron liberados de Egipto, los hebreos ya se querían regresar. Inclusive algunos se levantaron en contra de la autoridad de Moisés. El episodio del becerro de oro prueba que necesitaban la imagen de un ídolo a quien poder adorar. Prácticas inmorales de los cananeítas fueron copiadas en Israel. Intrigas y asesinatos plagaron la vida de los antiguos reyes. Y los reinos del norte y del sur tramaban uno en contra del otro. Lo anterior nos describe un grupo con pocos principios éticos.
Pero paradójicamente, todo esto sucedía al mismo tiempo que el pueblo judío creaba los cimientos de la tradición moral de Occidente, al darnos el legado de Moisés y una sucesión de profetas, cuyas palabras nos inspiran fe, esperanza y coraje. Moisés y los profetas vieron la posibilidad de cambiar esas actitudes y elevar al pueblo judío a un nivel de espiritualidad que pocos se podían imaginar. En una época en que la opresión y la inequidad amenazaban el orden social, el profeta Amos veía una era donde la justicia prevalecería. En una época donde la guerra parecía inminente, Isaías veía una era de paz universal. En una época de idolatría generalizada, Jeremías hablaba de un nuevo pacto entre Dios e Israel. Pero al mismo tiempo, la Biblia también nos cuenta que a Amos lo echaron del pueblo, que los consejos de Isaías no fueron escuchados y que a Jeremías lo mandaron a la cárcel.
Maimónides nunca pretendió ser un profeta, pero igual que los profetas, no aceptó las actitudes prevalecientes en el pensamiento y en la práctica del judaísmo. El insistió en llegar a niveles más altos. Su obra nos recuerda que el amor a Dios no se da en el fanatismo y la fe ciega. Si nuestro amor se dirige a ese rey sentado en el trono o al monarca que sólo emite decretos arbitrarios y no le importa la educación de sus súbditos, entonces ese no es el Dios que describe Maimónides, sino un triste sustituto. El Dios que él describe es el que ama a la viuda, al huérfano y al extranjero, el que lamenta que exista la ignorancia y la superstición y el que no acepta que la gente haga imágenes, físicas o mentales, de Él. Según Maimónides, pensar y actuar así, es lo que quiere decir haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Preparado por Marcos Gojman.
Bibliografía: “Maimonides: A Guide for Today´s Perplexed” de Kenneth Seeskin.