“Es costumbre culpar a la ciencia secular y a la filosofía antirreligiosa del eclipse de la religión en la sociedad moderna. Sería más honesto culpar a la religión de sus propias derrotas. La religión decayó no porque fue refutada, sino porque se convirtió en irrelevante, aburrida, sofocante, insípida. Cuando la fe es completamente sustituida por el credo, el culto por la disciplina, el amor por el hábito; cuando la crisis de hoy es ignorada por culpa del esplendor del pasado; cuando la fe se convierte en una reliquia en vez de un manantial vivo; cuando la religión sólo habla a nombre de la autoridad en vez de hablar con la voz de la compasión, su mensaje carece de sentido.” Así inicia Abraham Joshua Heschel su libro: “Dios en busca del hombre”.
Abraham Joshua Heschel (1907-1972) nació en Polonia en el seno de una familia jasídica. Descendía de una línea prominente de rabinos, tanto del lado de su padre como de su madre. Fue educado a la manera tradicional ortodoxa, por lo que recibió la Smijá, el título de rabino. Después se doctoró en la Universidad de Berlín y se ordenó como rabino liberal en la Hochschule für die Wissenschaft des Judentums, donde fue alumno de Chanoch Albeck, Ismar Elbogen y Leo Baeck.
En octubre de 1938 fue arrestado en Frankfurt por la Gestapo y deportado a Polonia. Seis semanas antes de la invasión alemana, Heschel logró llegar a Londres con la ayuda de Julian Morgenstern, presidente del Hebrew Union College. Desafortunadamente, toda su familia pereció en el Holocausto. Ya en Estados Unidos, en 1940 se inició como maestro en el seminario reformista en Cincinnati y en 1946 aceptó el puesto de profesor de ética judía y misticismo en el Jewish Theological Seminary del movimiento conservador, donde trabajó hasta su muerte.
Además de haber escrito una serie de obras que influyeron enormemente la teología judía, Heschel fue un activista de los grandes movimientos sociales. Marchó en Salem con Martin Luther King Jr., en favor de los derechos de la gente de color. Decía que al caminar con King “parecía que sus piernas estaban rezando”. Decía que “el racismo es la más grave amenaza del hombre hacia el hombre: el máximo odio por la mínima razón.” También se opuso activamente a la guerra de Vietnam. Representó a la comunidad judía americana en el Concilio Vaticano II, donde consiguió que se eliminaran antiguos rezos y prácticas discriminatorias de la Iglesia Católica en relación al pueblo judío. Decía que ninguna comunidad religiosa podía reclamar para sí el monopolio de la verdad religiosa. Para él, “lo opuesto a la bondad no era la maldad, sino la indiferencia”
En su libro “El Sábado”, Heschel distingue entre el “reino del espacio” y el “reino del tiempo”. Él dice que en nuestra vida diaria atendemos primero lo que los ojos perciben, lo que los dedos tocan. La realidad se traduce en objetos que ocupan espacio. En cambio, el tiempo no lo perciben los ojos ni lo pueden tocar los dedos. Muchas religiones creen que su deidad reside en el espacio, en catedrales, en ríos o en montañas. En el reino del espacio uno tiene poder sobre las cosas, pero en el reino del tiempo uno es uno mismo. La meta más alta de la vida espiritual no es acumular cosas, sino momentos sacros. Lo que primero designó Dios como sagrado no fue una cosa o un lugar sino un tiempo: el Shabat. El judaísmo, dice Heschel, nos enseña a apreciar la santidad del tiempo. Para Heschel, las catedrales judías son palacios en el tiempo y no en el espacio.
Por Marcos Gojman:
Bibliografía: Abraham Joshua Heschel: “God in Search of Man”, “The Sabbath” y otras fuentes.